Cada fin de semana miles de jóvenes disfrutan practicando el deporte que más les gusta, el fútbol. Pero, a veces, solo pensamos en el triunfo, en ganar por goleada. Casi nunca nos planteamos que sentirá el equipo rival en la derrota.
Cada fin de semana miles de jóvenes disfrutan practicando el deporte que más les gusta, el fútbol, dirigidos por entrenadores que, con educación y paciencia intentan conseguir el triunfo para su equipo y conseguir ser los primeros al final de temporada. Todo el colectivo que rodea a los equipos, jugadores, entrenadores, directivos y padres, quiere ganar. A todos nos gusta ganar, da prestigio, confirma tus aspiraciones, te hace sentir bien, certifica lo bien que realizas tu trabajo diario, cumples tus objetivos. La victoria satisface a los padres por el dinero empleado en sus hijos durante el año. Pero, a veces, solo pensamos en el triunfo, en ganar por goleada, por cuantos más goles mejor. Casi nunca nos planteamos, en las victorias, que sentirá el equipo rival en la derrota. No pensamos que son niños que están aprendiendo y, nos olvidamos, que están siendo educados a través del deporte que practican.
Para que la victoria no se conviertan en el único objetivo, educadores y entrenadores deben inculcar los auténticos valores de la victoria: el ganador no debe actuar solo en beneficio propio. Cuanto más ayuda al equipo, más se beneficia él mismo. Los ganadores no tienen miedo a perder: aprenden de la derrota. Se esfuerzan y continúan mejorando en lo que hacen, más allá de si consiguen o no la victoria.
LA COMPETICIÓN QUE QUEREMOS
El fútbol está rodeado de numeroso peligros que amenazan la posibilidad de convertirse en un medio educativo. Estos peligros se encuentran entre padres y entrenadores, que no siempre tienen una actitud que ayuda a los deportistas a que su experiencia sea educativa, poniendo demasiado énfasis en el resultado y esto puede derivar en acciones antideportivas hacia el rival, fomentando actitudes egoistas.
El concepto de victoria, entre deportistas y protagonistas en el deporte actual, ocupa un lugar dominante por encima del deseo de jugar. El excesivo afán por el triunfo hace que el fútbol sea discriminatorio, que los mejores participan más y los peores nada. Esta influencia provoca que algunas encuentros dejan un camino donde se ven enfrentamientos humillantes los fines de semana, con resultados escandalosos. La forma de organizar las competiciones y el trabajo de entrenadores y educadores será la base para intentar alejar estos inconvenientes del fútbol.
Aunque en categorías inferiores las goleadas no son extrañas cuando se juega con los clubes con más aptitudes y potencial deportivo, nunca debemos permitir que se llegue al límite de la victoria ofensiva, que el resultado vaya más allá del escándalo, tratando de humillar, al club rival, pero sobre todo a los jóvenes de pocos años que han sufrido esa derrota. Los educadores deben ser los primeros responsables en evitar hechos así, eso debilita la filosofía deportiva. Educar en el respeto requiere convertirnos en una persona que los niños respeten, tomando decisiones que sean respetables y eliminando acciones que no lo sean.
El juego limpio debe ser nuestra máxima, aceptando sin discusión las normas, fomentando los valores del deporte, jugar para divertirnos, para ganar también, pero con el rechazo firme de conseguir esa victoria a cualquier precio y de cualquier manera. En la competición deportiva debemos intentar llevar a nuestros deportistas a un entrenamiento, a competir y a conseguir la victoria, una victoria justa. La lucha por el triunfo y por ganar se desarrolla en la competición, una competición llevada a cabo por nosotros, y nosotros somos los que le damos forma al tipo de competición que queremos.
OBSESIONADOS POR EL TRIUNFO
Jugar en un equipo de fútbol es una excelente escuela de valores de presente y futuro para los niños. Durante un partido de fútbol, los jugadores deben tomar muchas decisiones. No sólo tácticas, sino también morales. Aprender a ganar es una de ellas.
La obsesión por la victoria lleva a que la mayoría se centre sólo en los resultados, y como éste no es un factor sobre el que se tenga control, inevitablemente la mente se desestabiliza, afectando el rendimiento del jugador. El foco en el resultado hace que el deportista juegue con miedo a perder o cegado por la victoria, en lugar de centrarse en sus virtudes, que lo llevarán a hacer las cosas de la mejor manera posible.
Podemos perder con el éxito excesivo, por autocomplacencia, por empecinarse en repetir la fórmula del triunfo sin resultado, por un exceso de victorias que origine una falta de objetivos. Si ponemos una meta demasiado difícil, no tendremos opción de conseguirla, y si la consigo no habrá opción de mejorarla. Las victorias nos motivan. Pero cuando ganas demasiado fácil y ya no puedes ganar por más, creas un problema, porque si no te marcas objetivos o tus objetivo es solamente la victoria, al final, la motivación puede verse afectada, incluso para el más ganador. El entrenador debe buscar el contenido del juego, no del resultado. No te quedes con el número de goles solamente, el número de pases también es importante, posiblemente mucho más. Un equipo “pasador” disfrutará, seguramente, mucho más, que un equipo que busque como único fin “golear”.
EL PREMIO
Uno de los males del deporte es que el reconocimiento solo lo tienen los ganadores. Los perdedores quedan en segundo plano, nadie se acuerda del subcampeón, ni mucho menos de quien no llega a la final. Premiando al ganador y olvidando al participante perdemos parte del significado del deporte. Esos padres y entrenadores gratificadores, que premian a sus hijos y jugadores por los goles marcados, que fomentan otro tipo de victorias: “Te doy un euro por cada gol marcado” “Si ganamos, por más de 10 goles os invito a Burgen King”. Al final, esos niños se vuelven egoistas, porque quieren marcar el mayor numero de goles para conseguir mas premios y al final no juegan en equipo.
Los verdaderos ganadores tienen objetivos, una dirección que seguir, pero reconocen que el éxito nace de la experiencia diaria, del entrenamiento. Es importante constatar que nuestra idea inicial nunca sea la de ganar a cualquier precio y de cualquier modo. Ganar no debe ser el único objetivo, no nos vale la mentalidad del “ganador se lo queda todo”. Ganaremos como consecuencia de los claros OBJETIVOS que tiene nuestro estilo de juego y de las horas invertidas en los entrenamientos para poder conseguirlo, ese es el auténtico PREMIO POR LA VICTORIA.
CABALLEROS DEL DEPORTE
La máxima deportiva de “lo importante es participar” y donde “ganar o perder no tiene importancia”, para el niño tiene un especial valor, quiere saber si ha ganado o no y cuantos goles ha metido o cuantos goles ha encajado y además quiere saber que jugador mete más goles. Por eso, en estas categorías de nuestro fútbol, donde juegan equipos con jugadores con uno o dos años de diferencia y donde la fortaleza física, se nota demasiado, valores como el esfuerzo, la amistad, el juego limpio y las actitudes positivas del deporte, deben primar sobre la victoria o la obtención del gol y al final, también es importante fomentar la idea de superación, la búsqueda del triunfo, pero no a costa de encajar todos los goles que pueda, humillando al contrario, porque a la larga, la actitud del niño se forma en función de victoria y derrotas humillantes, y el niño no debe ser el que dirija este tipo de situaciones, porque no tiene la capacidad suficiente, debe hacerlo quien le enseña, su profesor-entrenador, porque no olvidemos donde estamos. Debe enseñar a los niños que lo importante es participar, prepararse y esforzarse en dar lo mejor de sí mismo.
Un deportista cobra aún más relieve cuando demuestra, que no sólo sabe cómo se ganan los partidos, sino que sabe ganarlos, ante todo, como un gran caballero, como una admirable persona: respetando y alabando al rival, reconociendo su esfuerzo y recordando que en el deporte hay que seguir trabajando para dar lo mejor de uno mismo.
EL VALOR DEL ESFUERZO
A ningún padre le gusta ver sufrir a su hijo, y a todos les gustaría que su hijo fuese el mejor, pero no siempre puede ser. Los niños también tienen que aprender a tolerar la frustración y a sobreponerse de ella.
Nuestro objetivo como entrenadores radica en enseñarles que las recompensas inmediatas son excepcionales, y que, uno de los valores que deben aprender es el del esfuerzo. La verdadera motivación por hacer deporte contiene un ingrediente excepcional, el valor de esforzarse. Si un jugador lucha por marcar goles o por ser un destacado futbolista, debemos recordarle el beneficio del esfuerzo, independientemente del marcador, del resultado, y hacerle ver que el esfuerzo siempre tiene una recompensa: la satisfacción personal.
Nuestros jóvenes están acostumbrados a obtener resultados rápidos y, si no se cumplen sus expectativas, se retiran. A menudo nos encontramos niños que si sospechan que van a perder ni siquiera quieren jugar, otros abandonan a mitad de juego. Otros no admiten que la causa de su derrota sea una equivocación suya, una falta de esfuerzo o que el otro ha sido mejor. Tú no puedes controlar si vas a ganar o perder. Pero puedes controlar tu esfuerzo. Si te centras en el esfuerzo, darás lo mejor de ti. Como entrenadores, trabajemos el valor a esforzarnos, cuando un niño lo aprende, durante los entrenamientos, estará más preparado para la competición, y no solo para eso, también estará más preparado para la vida.
NORMAS AMISTOSAS NO ESCRITAS
El fútbol que nos gusta ver es aquel de tres toques seguidos para colocar el pase gol de una jugada bonita, los aficionados quieren un fútbol bien jugado, cada vez más difícil de ver, en una época en la que el resultado pasa a tener una autoridad que aquel que juega bien no interesa si no gana. Es habitual que surjan goleadas, en las competiciones que disputan las categorías inferiores, pero algunos resultados originan malestar general en cualquier ámbito deportivo porque se trata de un «fútbol de formación» en el que el marcador debe ser lo de menos. Los entrenadores debemos hacernos entender, hacer que nuestros niños entiendan las cosas. Es tarea nuestra hacer razonar a nuestros jugadores, eso es formar. Debemos ofrecerle las claves, a nuestro equipo, para afrontar los diferentes caminos, sin gritos, llantos y sin el desgaste emocional de una derrota desmedida, tantas veces sufrida por algunos jugadores.
El fútbol es injusto y ni con todo el poder, la ilusión y las ganas, puedes controlarlo. Las derrotas te minan la moral poco a poco, día a día te quitan la mejor de tus ilusiones, llevándose tus sueños. Es necesario evitar humillaciones, resultados exagerados que puedan desilusionar a los participantes. Debemos decidir si vale la pena seguir presionando, ya que nuestro equipo gana por goleada y quedan pocos minutos para que acabe el partido o si merece la pena que los delanteros del equipo ganador sean los encargados de llevar el balón rápidamente al centro, en esa tarea insaciable de golear al rival.
Incorporemos unas normas a nuestros equipos donde quede prohibido goleadas abusivas. Sabemos que es muy complicado contener a los jugadores para que no marquen goles, pero existen medidas alternativas. Pensemos en sustituir a los más destacados del equipo, colocar en posiciones defensivas a los goleadores o hablar con el árbitro y entrenador rival para acabar el partido antes de tiempo. Podemos dirigirnos a nuestro equipo y proponerles jugar el resto del partido con más tranquilidad, pero con todo el respeto hacia el rival. Y por supuesto, sin hacer ningún tipo de gestos ni comentarios de los goles o del resultado durante el partido, para que nadie se pueda sentir ofendido.
LA GESTIÓN DE LA VICTORIA
El fútbol es un deporte competitivo por naturaleza, pero a veces trata sin piedad a niños que luchan con todas sus fuerzas, en cada partido, pero que no llegan a poder competir con el rival. Esta competición, en ocasiones, es mal interpretada por los adultos que se relacionan con los chavales y puede complicar la gestión de sus victorias.
Es frecuente encontrarnos niños, y adultos, que ganan y ofenden a su adversario, o que van fanfarroneando por ahí con sus éxitos. Nos burlamos de los rivales, nos colocamos en un lugar diferenciado, queriendo alcanzar mediante esta actuación un lugar de superioridad, un estado de identidad único. Nos dejamos dominar por impulsos inconscientes sin amaestrar, la soberbia y la arrogancia afloran en el grupo o individuo al enfrentarnos a un rival débil. Junto a esta sensación de dominio surge la humillación o el desprecio al rival vencido, lo cual implica satisfacción y una descarga instintiva de poder.
Saber ganar también tiene sus reglas. Igualmente insufrible que un mal perdedor es un vencedor presuntuoso. Lo primero que ha de hacer un vencedor es dirigirse a su adversario deportivo y valorar su juego. No debemos dejar de mostrarles a nuestros pupilos esos raros ejemplos de grandeza humana, la que normalmente acompaña a los deportistas generosos y humildes.
GANAR SIN HUMILLAR
Los niños que juegan en los mejores equipos son elegidos, para formar parte de la élite, porque son mejores que los demás, y ganan muchos partidos con facilidad. El entrenador debe enseñarles a tratar con normalidad este tipo de situaciones, sin faltar al respeto al rival, y más si es ganando por goleada. Les mostraremos que por muchas victorias que consigan no les garantiza una nueva victoria en el siguiente partido, que no conseguirán la victoria por ser mejores, sino por realizar un esfuerzo, que la competitividad sana es necesaria, que si no existiera no habría comparación y los niños no podrían superarse para intentar mejorar.
Es importante que los entrenadores enseñemos mediante el ejemplo. Los valores se transmiten a través de los valores de cada entrenador. Inculquemos a nuestros discípulos la orden de NO humillar, la recomendación general, de NO alardear de la enorme diferencia sobre el equipo rival. No originemos en los equipos rivales, cuando se produzcan situaciones de excesiva superioridad, un maratón de frustraciones. Midamos nuestras abultadas victorias, que nadie vuelva a derramar una lágrima por nuestra culpa, aunque, a veces, llorar es como limpiar un mal recuerdo, para volver a empezar. Que nuestra máxima sea enemiga de “lo más importantes no es ganar, sino humillar al enemigo” o “ganar machacando”, que los resultados NO traspasen la frontera de la humildad, impidamos que el portero rival se agache a recoger el balón de la portería en excesivas ocasiones, evitemos que la vergüenza del resultado de paso a la resignación.
Fomentar resultados abultados, arengar a tus pupilos a que pasen por encima del rival, es algo que sobra en un deporte, a veces, manipulado por padres o entrenadores que buscan la satisfacción personal del triunfo sin importarle las consecuencias. Recuerda que: la humillación es señal de pobreza interior, que ganar sin humillar es tan importante como saber perder, y que al final, una victoria humillante podría parecer una derrota.
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