Todo empezó más o menos como siempre. Iba a iniciarse un partido de liga y me senté en el banquillo de mi equipo. Había dos jugadores con un peto a los que saludé. Eran los reservas. Son mi mayor fuente de información.
–¿Contra qué equipo jugamos? –pregunté con total indiferencia
Los chicos me respondieron rápido. Se les notaba nerviosos. Sin embargo, uno de ellos me hizo un comentario que me llamó mucho la atención.
–Van terceros en la clasificación con 21 puntos, con dos partidos empatados y ninguno perdido y han ganado al Español en su campo. Si les ganamos nos ponemos por delante suyo.
Inmediatamente mi cabeza empezó a darle vueltas a la respuesta. ¿Cómo era posible que un niño de 10 años supiera toda esta información del equipo rival? Las posibilidades pueden ser diversas: que un compañero se lo haya dicho, que lo haya transmitido su entrenador para motivarlos, que su padre le haya confiado toda esta información.
Para reducir posibilidades, pregunté al entrenador. Me aseguró que no les proporcionaba nunca esta información aunque sabe que muchos jugadores la tienen.
Eliminada la posibilidad del entrenador, entendí que la otra opción era el propio padre porque no me imagino al niño de 10 años consultando la clasificación de su equipo por la web. Eso solo puede ser obra del padre.
El lunes aproveché la oportunidad y mientras tomaba un café en el bar, pude entablar conversación con un padre con el que tengo bastante confianza. Le conté lo que me había pasado y el padre me confirmó que muchos padres consultan las clasificaciones varias veces a la semana.
Yo pensaba en mi padre, jugador profesional. Cuando yo era pequeño, muchas veces no sabía ni contra quién jugábamos el sábado y menos cómo íbamos en la clasificación. Intentaba transmitirme que eso no era importante pero no con palabras sino con su actitud. Yo consideraba que era mi deporte y que igual que no venía a verme a las clases de matemáticas, tampoco acudía a ver mis entrenamientos o partidos. Me parecía lo más normal del mundo.
También recuerdo lo que disfrutaba yendo a jugar con mi padre y mis hermanos a un campo de hierba (por aquel entonces todos los campos eran de tierra) que había en la ciudad universitaria. Eso era gloria. Nos enseñaba con este tipo de mensajes que el fútbol simplemente era una diversión más dentro de nuestra vida de estudiantes.
En contraste con todo esto, vemos ahora a los padres que llevan a sus hijos a los partidos como si fueran profesionales. Las botas último modelo, porque es esencial para rendir al máximo. Completamente enterados de todos los detalles: conocen a sus rivales más que el propio entrenador; se saben los nombres de los jugadores más destacados de los equipos contrarios; escriben y participan en foros de opinión discutiendo sobre banalidades con las personas de otros clubes.
Durante los entrenamientos realizan análisis completos de cómo se ha desarrollado el partido; comentan, como si fueran verdaderos expertos, los errores del entrenador en los cambios, la incapacidad del árbitro…Y todo esto es lo que van trasmitiendo a sus hijos que, como es natural, van contagiándose de este ambiente tan competitivo, produciendo en ellos un daño irreparable.
Y esto, lamentablemente, está ocurriendo en la Fundación Marcet, con sus equipos de Tecnofútbol. También aquí. A pesar de las reuniones que tenemos con los padres intentando dejar claro que estamos ante una escuela que defiende la formación a través del deporte, muchos padres siguen actuando de esta forma. Les gusta la idea pero no la ponen en práctica. Dicen que buscan la formación pero no hacen nada para confirmarlo. Si se dice pero no se hace. Estamos frente a la hipocresía.
A pesar de dejar claro que no nos interesan las clasificaciones y lo confirmamos con hechos prácticos: no colocamos las clasificaciones en los tablones de anuncio; no subrayamos las victorias en el Facebook; no felicitamos a los niños cuando ganan una liga; ni organizamos fiestas descomunales cuando consiguen un triunfo. A pesar de todo esto, siguen los padres en sus casas mirando clasificaciones y jugando a los puntos de más o de menos.
Y si esto pasa aquí, en la Fundación Marcet, donde se está haciendo un esfuerzo por ayudar a los padres a enfocar correctamente el deporte de sus hijos, ¿qué será en otros lugares donde no hay ningún tipo de restricciones o medidas sobre el tema? Lo que está pasando es que las aguas del fútbol se están desbordando y se producen graves inundaciones.
Intento ser positivo con la gran labor de los padres y el enorme sacrificio que hacen para que su hijo juegue al fútbol, pero esta vez sí que tengo que destacar la pobre labor que están realizando los padres con estas actitudes. Seguro que no se dan cuenta de lo que hacen.
Muchas veces se buscan a sí mismos a través de sus hijos, otras, proporcionan toda la información que ellos tienen sobre el partido porque piensan que es la mejor forma de ayudar a su hijo en su rendimiento deportivo. Lamentable pero comprensible.
Seguro que algunos padres que están leyendo este artículo os sentiréis heridos al identificaros con el padre que describo pero no ha sido mi intención meterme con nadie. Simplemente siento como una obligación de expresar lo que pienso sobre el fútbol formativo.
Volvemos a la pregunta del título del artículo ¿Cómo detectar si eres un padre competitivo? Quiero responderte yo mismo resumiendo todo los que hemos dicho. Observa cómo actúas con el fútbol de tu hijo y descubrirás que eres más competitivo de lo que realmente crees.
Cambia esos detalles en los que transmites competitividad y estarás formando correctamente a tu hijo deportista. Es entonces cuando le estarás ayudando de verdad. Y tu y él seréis mucho más felices.
javiermarcet.com
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