Artículo de Patricia Ramírez
Si hay algo que admira un entrenador en sus jugadores, es la capacidad para COMPETIR. Saber competir implica ser contundente en el juego, intenso, no dar un balón por perdido, jugar con ambición, con estrategia y con mucha inteligencia. Incluye sobreponerse a las adversidades, ser frío y mirar por los intereses personales y los del equipo. Significa ser un guerrero, un luchador, no tener límites ni techo, quererlo todo y quererlo siempre.
La preparación de un jugador que quiere llegar a lo más alto y destacar implica pulir su talento hasta convertirlo en algo excepcional. Y este proceso se vuelve cada vez más exigente y complejo. Entrenamos la estrategia, la técnica, buscamos la nutrición perfecta, y cada vez son más las disciplinas que nos rodean y nos hacen ser cuasi perfectos para poder competir al mejor nivel.
En el terreno psicológico, un deportista tiene que ser capaz ante un partido, de dar lo mejor de sí mismo. No se juega por el simple hecho de participar. Se va a competir, a ser bueno, buenísimo y mejor, a cumplir con el sueño de niño que desea ser futbolista, aspirar a lo máximo. Como entrenador tienes la obligación de sacar lo mejor de los tuyos y de ayudarle en cada entrenamiento y cada partido para que se sienta seguro y capaz.
¿Te has preguntado como entrenador, qué parte de responsabilidad tienes tú? ¿Cómo puedes ayudar para que compitan mejor? Manejando la comunicación y el sentido común puedes ayudar a los jugadores a ser mejores de lo que son. Un aspecto que te permite potenciarles, es el ejercicio de un liderazgo positivo. El buen líder es un Pigmalión, un gestor de grupos que es capaz de sacar más de los chicos, de descubrir su potencial, técnico y personal, y hacerles creer que pueden llegar más allá de lo que imaginan. Cuando comunicas a través de tu aliento y ánimo, lo que esperas de los jugadores, terminas condicionando su comportamiento, tanto positivo como negativo. Si esperas algo bueno, si tienes fe, si les motivas guiándoles hacia el éxito, contribuirás a la seguridad y confianza de tu equipo. Si transmites esperanza, obtendrás esperanza.
Para ser un gran Pigmalión necesitas:
- Desplegar un radar que dirija la atención a la detección de todo “lo bueno”, tanto a nivel técnico como de actitud.
- Reforzar cualquier aspecto positivo que detectes con el radar. A pesar de que entrenar bien, hacer buenos centros o querer ganar sean comportamientos que un futbolista debe tener, no está demás que los elogies. Toda acción que se elogia tiene a repetirse, y además favorece la seguridad y confianza del jugador.
- Corregir con sosiego, con buenas palabras, criticando la conducta y no a la persona. No se dice “no entiendes nada, para qué coño doy yo las explicaciones”, mientras que si se dice “no sé si me he explicado bien, me gustaría que todos estuvierais atentos y así todos sabremos qué tenemos que hacer en el campo”.
- Trata de comunicarte y respetar tanto al que juega como al que no lo hace. Todos los jugadores necesitan sentirse importantes y ser partícipes del objetivo grupal. Nunca sabes cuándo los vas a necesitar.
- Da la cara, sobre todo con los que juegan menos. A veces los entrenadores creen que sobran explicaciones y que todos deberían saber por qué no son convocados, pero no es así. La percepción de un jugador no es la misma que la que tiene el entrenador. Sé sincero, habla con él. Todos valoran que vayas de frente y tengas sinceridad para decir por qué no está siendo convocado.
- Valora los esfuerzos. Puede ser que no tengas a alguien con un gran talento técnico, pero seguro que destaca en algo, seguro que tiene otro tipo de virtudes. Si dejas de valorar la actitud, el compañerismo y otros valores grupales, puede ser que el jugador entienda que no es importante para ti y deje de hacerlo.
- Sé franco con la comunicación. No des vueltas, sé directo y habla en términos positivos. Es preferible decir “podemos ser más intensos y trabajar más, tenemos que defender todos” que “no habéis corrido ni defendido, así no llegamos a ningún lado”.
- No hagas juicios de valor, no aportan nada y a nadie le gusta sentirse juzgado ni humillado.
- Escucha a tus jugadores. Nadie conoce mejor su puesto de trabajo que el que lo ejerce. Lo que puedan aportar respecto al juego y al trabajo indica implicación por parte de ellos. Puedes poner en prácticas sus opiniones o no, pero hacerles partícipes y escuchar es una virtud de los grandes líderes.
- Saca la cara por ellos y asume responsabilidades grupales. No los dejes nunca con el culo al aire. Lo que tengas que corregir hazlo en privado y a nivel individual.
- Establece objetivos desafiantes e invierte esfuerzo en conseguirlos. Transmíteles confianza y seguridad. Da mensajes en términos “podemos hacerlo”, “sabemos competir”, “estamos preparados”.
Estos consejos son importantes siempre, los jugadores por encima de futbolistas son personas. Pero cobran más relevancia dependiendo de la edad. Juzgar, humillar, faltar el respeto o gritar a niños y adolescentes puede tener un impacto en su autoestima y seguridad. Ser el líder del grupo no te confiere poder para dirigir y tratar a la gente con dureza. Mi experiencia me dice que los jugadores valoran más a la persona franca, directa, sosegada y humana, que a otro tipo de personalidades desafiantes, poco transparentes y agresivas, con las que no saben de “qué van”. Practica la empatía y antes de hablar y actuar piensa en cómo le impactaría a tu hijo un discurso, unas declaraciones o las palabras que vas a utilizar.
Patricia Ramírez Loeffler
Fuente: ivanero9.wordpress.com
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